El ‘sí quiero’ de Julian Assange y su silencio sobre la guerra de Putin

El ‘sí quiero’ de Julian Assange y su silencio sobre la guerra de Putin

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Julian Assange dijo «sí, quiero» en la cárcel de máxima seguridad de Berlmarsh y en presencia de apenas cuatro testigos. Su segunda esposa, Stella Morris, denunció el complot para «hacerle invisible a toda costa». Pero lo cierto es que el fundador de WikiLeaks ha estado «desaparecido en combate» desde que arrancó la guerra de Ucrania, que ha dejado en evidencia sus viejos vínculos con el régimen de Vladimir Putin.

«No creo necesariamente que Assange haya sido un agente pagado por los rusos», advierte el periodista australiano Chris Zappone, director de The Age/Sydney Morning Herald, que ha investigado a fondo las conexiones internacionales de su compatriota. «Pero sí pienso que ha sido manipulado por los rusos».

Catherine Fitzpatrick, analista de The Interpreter, considera sin embargo que Assange encaja en lo que puede considerarse como un «agente de influencia» de Kremlin. «No es una coincidencia que los objetivos de política exterior de Rusia y de WikiLeaks sean los mismos», advierte. «Están alineados porque WikiLeaks colabora con el Gobierno ruso».

Assange fue la estrella del programa «El mundo de mañana» en RT (antes Russia Today) mientras luchaba desde el Reino Unido contra su extradición a Suecia por dos denuncias de violación y abusos sexuales. En 2016, durante su encierro de siete años en la embajada ecuatoriana en Londres, participó activamente en la filtración de los emails del Partido Demócrata en el campaña el 2016 (que tanto daño causaron a Hillary Clinton y allanaron el camino a Donald Trump).

WikiLeaks negó en su día que la filtración procediera de Rusia, al tiempo que Putin negaba la interferencia en las elecciones norteamericanas. Tres años antes, en declaraciones a Democracy Now, el propio Assange reconoció haberle recomendado al ex analista de la CIA Edward Snowden: «El lugar más seguro para ti es Moscú».

Desde 2010, cuando WikiLeaks saltó al primer plano mundial con las primeras filtraciones de las guerras de Irak y Afganistán, Julian Assange mantuvo una estrecha amistad con un misterioso personaje de origen ruso «empotrado» en la redacción: Israel Shamir. Sus compañeros le temían por su exabruptos antisemitas y por sus simpatías hacia el dictador Alexander Lukashenko (en e2010 llegó a describir Bielorrusia como «el Shangri-La del desarrollo postsoviético).

Shamir llegó a compartir con los medios estatales de Bielorrusia la información clasificada del Departamento de Estado que pudo llegar a comprometer la identidad de disidentes y activistas prodemocracia. WikiLeaks hizo un comunicado público desmarcándose de esa publicación, aunque Assange se negó al parecer a abrir una investigación interna y siguió en contacto muy cercano con Israel Shamir.

Aquel incidente marcó de alguna manera la tibia relación que WikiLeaks ha tenido con los líderes autocráticos. En 2016, cuando aún estaba en la embajada ecuatoriana, el propio Assange atacó la filtración de los Papeles de Panamá (que revelaron una fortuna oculta de 2.000 millones de dólares del presidente Putin), alegando que se trataba de una operación esponsorizada por Estados Unidos para dañar al presidente ruso.

Un activista sostiene una pancarta pidiendo la liberación de Julian Assange.DAVID CLIFFEFE

Desde que arrancó la guerra, WikiLeaks (dirigido ahora por el islandés Kristinn Hrafnsson) ha mantenido prácticamente un silencio informativo sobre la invasión, y ha recordado en todo caso una vieja filtración: Putin ha estado tramando la invasión de Ucrania desde 2008 (el año de la intervención militar en Georgia) y el propio embajador americano en Moscú, William J. Burns, llegó advertirlo claramente al Departamento de Estado…

«Por lo respecta a Ucrania, se trata de una asunto neurálgico y emocional para Rusia. Existe el miedo a que una adhesión a la OTAN pueda partir el país en dos, generar violencia y provocar una guerra civil, una hipótesis ante la que Rusia se vería empujada a intervenir militarmente».

Bajo el eco lejano de la guerra, decenas de simpatizantes de Julian Assange acudieron el miércoles a los muros de la prisión de Belmarsh a celebrar la boda del activista australiano de 50 años con la abogada sudafricana Stella Morris, de 38 años. Sus dos hijos, Gabriel y Max, concebidos durante su encierro de siete años en la embajada ecuatoriana en Londres, acudieron también vestidos con faldas escocesas, en honor a los ancestros de la madre.

«Me caso con el amor de mi vida: un hombre maravilloso, inteligente y divertido, con un profundo sentido de lo que está bien y lo que está mal y conocido en el mundo por su coraje como periodista», dijo la novia, vestida para la ocasión de gris claro y con una rosa en el escote, con un traje diseñado por Vivienne Westwood y Andreas Kronthaler.

«Esta bella creación es un símbolo de nuestro amor y un desafío a una cruel situación», declaró Morris, que no pudo contar siquiera con un fotógrafo de bodas y tuvo que confiar en un carcelero para inmortalizar el momento. Richard Assange, el padre del fundador de WikiLeaks, ejerció de padrino en la segunda boda de su hijo (con su primera esposa, Teresa, tuvo en 1989 su primer hijo, Daniel).

La boda se produjo coincidiendo casi con el tercer aniversario de la detención de Assange en la embajada ecuatoriana y su prisión preventiva durante el proceso de extradición, que entra en su recta final tras la decisión del Tribunal Supremo de negar el último recurso al activista australiano.

El caso vuelve ahora a manos de la juez Vanessa Baraitser (la misma que falló en primera instancia contra la extradición alegando la endeble salud mental y el riesgo de suicidio para Assange). Baraitser tendrá que emitir una recomendación final, aunque la última decisión será política y la tendrá en su mano la secretaria de Interior Priti Patel.