El colombiano que murió ahogado cruzando ‘El Hueco’ hacia Estados Unidos

El hombre falleció cuando pasaba el río Bravo con su esposa e hija. Esta es su historia.

El colombiano que murió ahogado cruzando ‘El Hueco’ hacia Estados Unidos

El hombre falleció cuando pasaba el río Bravo con su esposa e hija. Esta es su historia.

El relato es dramático. “Les escribo para pedirles ayuda. A mi hermano se lo llevó el río”, se lee en un mensaje en redes sociales publicado en la madrugada del pasado Viernes Santo. Era la hermana de Jonathan Egidio Betancourt Arenas, un colombiano de 34 años que intentó ingresar a Estados Unidos por la frontera sur, por el ‘hueco’. Horas más tarde, su cuerpo sin vida fue recuperado tras aparecer flotando en el río Bravo.

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Su familia desconocía su decisión. Jonathan había planeado durante semanas tratar de cruzar la frontera, reunirse con amigos y familiares que viven en Estados Unidos, y tener un trabajo diferente al que tenía, alcanzar el ‘sueño americano’. Era un proyecto que había meditado mucho tiempo.

El caso de Jonathan es uno de los tantos que se reportan a diario, de migrantes que fallecen intentando ingresar de manera irregular al país norteamericano.

Según la Oficina de Aduanas y Control Fronterizo de EE. UU. (CPB, por sus siglas en inglés), Colombia batió récord en marzo de este año, luego de que las autoridades detuvieron a 15.144 personas en la frontera sur ese mes, algo excepcional en la historia reciente. Durante el primer trimestre del 2022, las detenciones se incrementaron: en enero fueron 3.911 y en febrero, 9.608, un aumento notable en comparación con las 145 registradas en esos dos meses el año pasado y las 121, en 2020.

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Jonathan Betancourt, migrante colombiano que murió en frontera

Foto:

Facebook

Una vida familiar

Jonathan nació en Tambillo (Ecuador), cerca de Quito. Sus padres, de Cartago (Valle) y Pereira (Risaralda), habían viajado a ese país por asuntos laborales. Pocos años después, cuando Jonathan aún era un bebé, regresaron a Colombia y no hubo problema para que obtuviera la nacionalidad. La mayor parte de su infancia transcurrió en Villavicencio (Meta). Uno de sus abuelos les consiguió trabajo a su padre y a un tío, para manejar maquinaria pesada en esa ciudad. “Éramos muy unidos. Vivimos una niñez bonita, entre primos y hermanos. Nos íbamos a balnearios, jugábamos en los parques, nos reuníamos como familia y compartíamos, como en el día de las velitas, una fecha muy especial para él”, recuerda Mayra Pérez Betancourt, una de sus primas. “Era respetuoso y trabajador”, cuenta Victoria Betancourt, una de sus tías.

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Estudió en el Colegio Pedagógico de Meta y en la Universidad Antonio Nariño de Villavicencio, donde –según las fotos que publicaba en redes sociales, siempre con una sonrisa– pasó una adolescencia grata.

EL TIEMPO habló con familiares y amigos cercanos y todos coinciden en algo: “Fue alguien que amó la vida y la disfrutaba con sus seres queridos”. Jonathan era el mayor de tres hermanos. “Siempre lo recordaremos por la gran persona que era”, asegura su hermana, que pidió expresamente que su nombre no se mencionara.

Jonathan conoció a su esposa en Villavicencio. Había buena química entre ellos. Salían a bailar, a comer y a viajar. Procuraban pasar juntos el mayor tiempo posible. Hace siete años, tuvieron a su única hija. Desde ese momento, él y la niña se conectaron, se volvieron cómplices de aventuras y de ver películas juntos, cuentan personas cercanas a la familia. La menor era, sin duda, la adoración de Jonathan. “Eres mi vida”, escribió en una publicación en Facebook en 2016, semanas después de que su hija cumpliera su primer año.

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El regreso de Jonathan a Ecuador, donde vivió una temporada, es una de las anécdotas que más recuerdan sus familiares. Sucedió justo antes de la pandemia. Él viajó primero. Vivió un tiempo con una tía en Tambillo y después se estableció en Quito, donde se reunió con su esposa y su hija. Fue una decisión que les cambió la vida. Fue contratado en una empresa petrolera de Ecuador y su esposa obtuvo un buen empleo.

Uno de los viajes memorables que hizo la familia viviendo en Ecuador, cuentan, fue al volcán Cotopaxi. “Lo logramos, hija”, exclamó cuando llegaron al refugio José Rivas, ubicado a 4.864 metros sobre el nivel del mar. En los videos tomados ese día, se lo veía vestido con jeans, camiseta roja, chaqueta negra y gorra azul oscura, y cargaba sobre sus hombros a su hija, quien vestía una chaqueta rosada. Su familia también recuerda que otros de los viajes que disfrutaron fue a la ciudad Mitad del Mundo, para conocer el edificio Néstor Kirchner, sede de Unasur y a las playas de Atacames, en la costa Pacífica ecuatoriana.

Jonathan Betancourt en el Volcán Cotopaxi (Ecuador)

Foto:

Archivo particular

En Ecuador vivieron durante unos siete meses. Después, regresaron a Colombia. “Fue para un Día de la Madre que lo vi por última vez. Me dijo: ‘Tiíta, voy a saludar a mi mamá, ¿vamos?’. Le dije que no podía . Y se quedaron allá”, cuenta Victoria.

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En Villavicencio, donde pasaron la primera cuarentena y la emergencia sanitaria por el coronavirus, él y su esposa pudieron emplearse. “Le gustaba trabajar. Era inteligente y activo. Solo pensaba en salir adelante”, apunta un amigo cercano. Algo que resaltan sus allegados es que Jonathan no perdió el contacto con sus familiares y amigos. “Hablábamos y chateábamos a menudo, preguntaba, sobre todo, por su tía y sus primos”, dice Mayra

Al norte sin retorno

Este año, motivado por ese impulso de tener un mejor futuro, Jonathan y su esposa tomaron la decisión de viajar a Estados Unidos. Era algo ya meditado durante muchas jornadas. En ese país tenían familiares y amigos y eso los motivó para buscar una oportunidad. Ninguno de sus familiares lo sabe con certeza pero, al parecer, le habían hablado de una opción de trabajo.

Johathan y su esposa no comentaron nada, ni a sus padres ni a sus hermanos. Algunas personas señalaron que uno de ellos tenía visa estadounidense, pero no querían separarse, por lo que decidieron intentar pasar la frontera juntos. Se sabe que viajaron a Ciudad de México el fin de semana del 10 de abril, al inicio de la Semana Mayor, según confirmaron dos fuentes.

Jonathan Betancourt en la playa de Atacames (Ecuador)

Foto:

Archivo particular

Desde allí, se dirigieron a la frontera, a Coahuila, en un bus con otros extranjeros, entre los que había cubanos y puertorriqueños. A partir de ahí, el rastro es difuso. No es claro a qué ciudad llegaron y algunos mencionan que pudieron parar en Monclova, antigua capital de Texas.

Se cree que el martes siguiente, 12 de abril, emprendieron el camino hacia Estados Unidos. Una persona cercana asegura que el ‘coyote’ les indicó cuáles eran las rutas que podían tomar, pero no los acompañó. “Desapareció cuando iban a cruzar”, señala la fuente. Las versiones de la historia conocidas por EL TIEMPO coinciden en un detalle: los esposos y su hija iban solos y no con un grupo. Pero la información no ha sido confirmada. Familiares aseguran que cuando los tres estaban por la frontera del lado mexicano fueron asaltados y les quitaron sus pertenencias, maletas y computadores: “Hay mucha corrupción en esa zona de migrantes. Hasta la policía cobra. No les importa, porque los migrantes llevan dinero”, señala un familiar.

Según versiones, en el momento en que se toparon con el río Bravo —río Grande, como se conoce en EE. UU.— intentaron buscar una zona ‘fácil’ de atravesar. Pero personas que conocen la región afirman que el río es una trampa mortal. Cuentan que Jonathan decidió avanzar primero con su hija en hombros. “Él alcanzó a dejar a la niña cerca de la orilla, pero se hundió. Su esposa lo vio desde la otra orilla y se lanzó a nadar”, relata un familiar.

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Ella, señalan las versiones, atravesó el río con mucha dificultad, mientras intentaba mantener su cabeza fuera del agua. En el lado donde se hundió su esposo no halló nada y fue presa del desespero. Jonathan no se veía. Había desaparecido.

Impotente y angustiada, siguió en el río guardando una última esperanza de ver a su esposo, pero las autoridades fronterizas la encontraron y la sacaron del agua, contaron familiares. En medio del llanto y del dolor se reencontró con su hija. Después de un rato todo fue silencio. Cuando el cansancio y la adrenalina les permitió un breve lapso de razón, intentaron ubicarlo llamándolo al celular. “El celular sonaba. Creíamos que había esperanza de encontrarlo después de algunas horas de conocer la noticia de su desaparición. Quizás lo había arrastrado la corriente, pero había alcanzado a salir a flote. Nos enteramos después que había guardado el teléfono en un plástico en su bolsillo y por eso no se había apagado”, cuenta Mayra.

A la hija y la esposa las interrogaron. Se sabe que la esposa llamó a familiares en Colombia para ponerlos al tanto de lo sucedido. Una de las hermanas de Jonathan se contactó con un medio de Nicaragua, que dio el aviso de desaparición a través de Facebook. El viernes 15 de abril, una persona publicó en esa red social la fotografía de un cuerpo con camisa negra, jeans y zapatos azules, recuperado en inmediaciones de Acuña, en Coahuila. Poco después se confirmó que se trataba de Jonathan. Madre e hija, entre tanto, lograron contactarse con familiares en EE. UU. y, con permiso de las autoridades, se reunieron con ellos, quienes les ayudaron a gestionar la repatriación del cuerpo con la Cruz Roja.

La de Jonathan y su familia es una de las tantas historias que tienen como escenario la extensa frontera sur de EE. UU., convertida en la tumba de miles de migrantes. Las redes dan cuenta de esos cuerpos sin vida de niños, mujeres y hombres, que esconden historias, las historias de sueños que nunca se hicieron realidad.

DAVID ALEJANDRO LÓPEZ BERMÚDEZ
Periodista de Reportajes Multimedia
En redes: @lopez03david