Sanciones europeas: un castigo sin precedentes y un estimulante para el sueño geopolítico de la Unión

Sanciones europeas: un castigo sin precedentes y un estimulante para el sueño geopolítico de la Unión

Las sucesivas rondas de sanciones y medidas aprobadas por la Unión Europea tras la invasión de Ucrania han cogido con el pie completamente cambiado a Vladimir Putin. No lo esperaba nadie en el Kremlin, no lo esperaba casi nadie en Washington y una amplia mayoría de los funcionarios, diplomáticos, expertos y políticos comunitarios todavía no acaban de creérselo. Tras lustros de reacciones lentas, tibias, timoratas. De recelos, intereses nacionales, o incluso de boicots o vetos directos de los países menos interesados en castigar la economía rusa (Alemania, Italia, Hungría, Chipre, cada uno por sus razones), la UE ha golpeado rapidísimo, fortísimo y con un nivel de unidad, contundencia y ambición que no se había visto antes. No hay ninguna garantía de que la presión se vaya a mantener o redoblar, porque los costes económicos, sociales y políticos serán muy altos, pero en apenas unas semanas la UE ha descubierto más sobre sus rivales, aliados y sobre ella misma que en muchos años de gestión de crisis.

Hay en la comunidad internacional muchas preguntas, o dudas directamente, sobre la efectividad de las sanciones. De qué van a servir, si se van a mantener, si no serán contraproducentes. La experiencia, las reacciones y lo que se han puesto en marcha revelan que las sanciones han servido, están sirviendo y van a servir, tanto a nivel internacional como en las propias dinámicas comunitarias. Por no hablar de la compra y entrega de armas a un amigo atacado.

Las sanciones han golpeado y debilitado la economía rusa, aislándola de los mercados, forzando el cierre de su Bolsa, castigando su divisa, cercenando sus reservas internacionales. Han sacado de los sistemas internacionales de comunicación bancarias a entidades sistémicas, han limitado el recorrido de su deuda pública, han empujado a Moscú al borde del primer default. Han cortado la llegada de producto y tecnología esencial a medio plazo, han empujado o invitado a salir a decenas de multinacionales o proveedores de servicios. Hay muy pocos ejemplos de un golpe así en la historia reciente.

¿Sirven las sanciones para acabar con la guerra? A estas alturas está claro que no. Nadie pensaba seriamente en Bruselas o Washington que iban a parar los bombardeos o forzar a Putin a una retirada inmediata. Es imposible anticipar cuándo se detendrán los ataques o si ocurrirá con una rendición del agredido, pero sí se puede asumir una idea: mantener una operación militar con cientos de miles de tropas, suministros y miles de muertos y heridos es carísimo, imposible de mantener a largo plazo sin una economía próspera.

Rusia recibe más de 700 millones de euros diarios de Europa por su gas, petróleo o carbón, y esa cantidad permite resistir por muchas sanciones que haya. Pero a medio plazo, ceteris paribus, el esfuerzo se volverá inasumible. Así que las medidas económicas quizás no paren las bombas hoy, pero quizás sí evite que caigan otras más adelante. «Las sanciones no hacen milagros, pero sí mucho daño», dice mucho estas semanas Josep Borrell, alto representante de la UE para la Política Exterior.

La dinámica menos estudiada de este fenómeno es sin embargo interna. Tiene que ver con la UE, su proyección internacional, su papel. Nunca ha sido una potencia militar, ni lo pretende al menos de momento. Pero su poderío económico, comercial y regulatorio ha sido tradicionalmente ‘blando’, no ‘duro’. El ‘Hard power’ no es sólo unidades militares, sino que consiste en forzar a otros a hacer lo que quieres o a que dejen de hacer algo que no te gusta. Y se puede conseguir por medios diplomáticos o económicos. Europa jugaba con una mano atada a la espalda en al tablero global y de golpe ha visto que quizás pueda aspirar a mucho más.

Las sanciones han servido como sacudida, como estimulante, como acelerador. Han demostrado a los más tímidos, a los acomplejados pero también a los que flirtean con el Kremlin por todo tipo de razones, que si hay una voluntad política real los pasos se vuelven de gigante. Y también han revelado a la ciudadanía que la presión pública, en el momento y con los medios adecuados, sirven para algo. Un presidente ucraniano, aislado en un búnker pero con una buena cuenta de Twitter, ha sido capaz de doblegar las dudas de capitales multimillonarias y alérgicas a medidas que tuvieran consecuencias económicas.

Las sanciones no son un proceso estático, no son sólo la consecuencia sino que también se ha demostrado el motor de acciones políticas. Con cada golpe en la mesa se abrían caminos que hace tres meses nadie había pensado, se rompían tabúes. La UE tiene una plantilla de sanciones que ha aplicado desde hace lustros o décadas, congelando activos de dirigentes, prohibiendo viajes, reduciendo las exportaciones o importaciones. Tenían un alcance limitado, un resultado muy discreto y a menudo servían para poco más que lavar conciencias. Pero abierta la caja de pandora, el límite es el cielo. Desde ahora la forma de responder a violaciones de derechos humanos es probable que no sea la misma. Y el mensaje ha calado. Rusia puede permitirse muchas cosas, pero las naciones más pequeñas no.

Cada paso ahora se da con un ojo en Moscú, pero también otro en Pekín (hay una cumbre el 1 de abril con China) o en África. La UE ha entendido que puede ejercer su poder y parece dispuesta a explorar vías que antes se descartaban por inviables, demasiado arriesgadas, peligrosas. Ahora debe aprender a gestionarlas. Hay voces que piden mostrar el lado más duro a los países que reciben ayuda al desarrollo pero en la ONU no votaron contra la invasión rusa. Apretar las tuercas a amigos y vecinos sin mostrar siempre la otra mejilla. Incluso romper relaciones totales mañana mismo con Moscú.

La tentación con este nacimiento de la «Europa geopolítica» es grande, y está plagada de riesgos para un actor irónicamente poco acostumbrado a ciertas peleas y que no sabe calibrar siempre, pero el mayor hándicap es interior. Hay capitales que aprovecharán la fatiga de la guerra para ralentizar una vez más. Notan que la opinión pública se irá fijando en otros temas y podrán piedras en las ruedas. Hay quienes se juegan demasiado con la dependencia energética, o las exportaciones. O que tienen miedo a las represalias rusas, pues no acaban de creerse que Putin pueda salir muy tocado.

Así que el desafío es mantener la unidad, el compromiso, la presión. De ahí la obsesión con una ronda de sanciones cada semana. Es como una bicicleta: si la UE mantiene el pedaleo puede llegar a cualquier lado, y empieza a verlo. Pero si para, aunque sea para coger aire, el momento puede pasar. Y aunque no se puede depender siempre de crisis y guerras brutales para encontrar el lugar en el mundo, de momento es lo que hay.