La ultraderechista Le Pen le pisa los talones a Macron en Francia
Los franceses acudirán este domingo a las urnas para elegir a los dos candidatos a segunda vuelta.

Los franceses acudirán este domingo a las urnas para elegir a los dos candidatos a segunda vuelta.
La campaña por la presidencia de Francia de 2022 ha sido singular. Por un lado, la invasión de Rusia a Ucrania la ha eclipsado, al tiempo que ha influido en la intención de voto por cuenta de sus efectos económicos en Europa y también por la simpatía que profesan algunos de los contendores por Vladimir Putin.
A eso se suman las predicciones de los analistas, quienes señalan que es posible que la abstención alcance cifras históricas. Tampoco se puede olvidar que la pandemia y sus secuelas siguen vigentes y menos aún que a ella la precedió el movimiento social que sacudió a Francia durante varios meses por cuenta de los chalecos amarillos.
En ese contexto, y a pesar de las críticas por su gestión tanto de la pandemia como de las manifestaciones sociales, Emmanuel Macron ha liderado las encuestas. Su campaña ha sido discreta, con una comunicación medida al milímetro, ausencia en los debates y propuestas que se han ido revelando poco a poco, casi según las necesidades del momento.
Así sucedió con las medidas que propone para proveer a Francia del gas que importa de Rusia, a pesar de que es el país de Europa que depende en menor medida de este insumo, gracias a sus estructuras de energía nuclear. Otra medida reciente busca dar ayudas gubernamentales frente al creciente precio del combustible —al origen de los levantamientos de los chalecos amarillos—, que alivien el bolsillo de la población rural, dependiente del uso del carro para trabajar. Esta es la misma población que le reprocha haber gobernado estos cinco años a favor de las élites parisinas y en detrimento de los menos favorecidos.
Aún así, Macron goza de una intención de voto que apunta a un 27 por ciento para hoy. Una cifra similar a la que alcanzó en la primera vuelta del 2017 y que lo llevó a disputarse la presidencia con la ultraderechista Marine Le Pen, a quien prácticamente dobló en votos en la segunda vuelta.
Ese mismo escenario podría repetirse hoy, con la única diferencia de que la popularidad de Le Pen no ha dejado de aumentar en las últimas semanas. De hecho, hace unos pocos días la encuesta Harris les atribuía una estrecha diferencia para estos primeros escrutinios; él lideraba con un 26,5 por ciento (dos puntos por debajo del último sondeo) y ella con un 23 (dos puntos por encima). Mientras que otra encuesta la posicionaba con una favorabilidad del 48,5 para la segunda parte de los comicios y a él con un 51,5, por lo que se anticipa que las dos semanas que separan la primera de la segunda vuelta serán decisivas entre la opinión pública.
De ahí que medios de comunicación, analistas y políticos de diferentes sectores prendieron las alarmas. El diario Libération tenía en primera página el jueves pasado una fotografía de Le Pen bajo el titular: “Extrema derecha – Un peligro más que nunca”; así mismo, Le Monde abría el viernes, con un “Extrema derecha, abstención. Los peligros de la primera vuelta presidencial”. Y días antes, Edouard Philippe, ex primer ministro de la administración Macron, advirtió en una entrevista con el diario Le Parisien: “si Marine Le Pen gana, las cosas serían, créanme, seriamente diferentes para el país. Y no mejor. Su programa es peligroso”.
Digna hija de su padre
El posicionamiento de Marine Le Pen, de 53 años, se explica por dos factores: el primero, ha ganado experiencia gracias a sus dos campañas anteriores, en las que obtuvo resultados nada desdeñable.
La primera fue en 2012 y conquistó al 18 por ciento del electorado, logrando así el mejor resultado en la historia del partido del Frente Nacional, del que ella había tomado las riendas sólo un año antes y que había sido fundado en 1972 por su padre Jean-Marie Le Pen, célebre por haber asegurado públicamente que las cámaras de gas fueron sólo “un detalle de la historia de la Segunda Guerra Mundial”, por lo que fue condenado en un tribunal de Versalles por incurrir en una “banalización de crímenes contra la humanidad”.
De esa manera logró una “desdiabolización”, que confirmó un estudio de la Fundación Jean-Jaurès, en el que se precisaba que suavizó sus formas, mas no su fondo.
De la contienda del 2017 salió derrotada mas no vencida, pues el haber llegado a la segunda vuelta le dio el impulso para proponer una reorganización al año siguiente de su partido, que desde entonces se denomina Reagrupamiento Nacional (RN), con el objetivo de hacer evolucionar su línea.
Además, aprendió las lecciones de sus campañas precedentes, por eso actualmente evita los temas refractarios a la población francesa, lo cual explica que haya desaparecido de sus promesas de campaña su voluntad de hacer un “Franxit”; es decir, sacar a Francia de la Unión Europea, así como sucedió con el Brexit en Gran Bretaña.
Igualmente moderó su discurso. De hecho, tanto en la campaña del 2017 como en la actual, no utiliza el apellido de su padre, se presenta simplemente como Marine, y en sus apariciones públicas dejó de mostrarse excesivamente beligerante, una actitud que en la última ocasión le valió ser comparada con Donald Trump.
De esa manera logró una “desdiabolización”, que confirmó un estudio de la Fundación Jean-Jaurès, en el que se precisaba que suavizó sus formas, mas no su fondo. Si bien ha hecho una campaña “de proximidad”,
Esa es la razón por la que propone una serie de duras medidas para luchar contra la inmigración y por la que su ya conocida hostilidad contra el islamismo tiene un importante protagonismo, del que se deriva esta propuesta que figura en el folleto de su campaña: “Haré la guerra contra el islamismo cerrando mezquitas radicales o expulsando a los extranjeros con ficha S”, que se le atribuye a quienes son sospechosos de tener fines terroristas o de comprometer la seguridad del Estado.
El repunte de la extrema derecha
Sin embargo, esta “desdiabolización” no habría gozado de tanta acogida si no hubiera sido por el segundo y más decisivo factor: Éric Zemmour, uno de sus contendores, también de extrema derecha y en parte responsable de su repunte, ya que sus radicales posturas antiislámicas, antiinmigración y antiigualdad de género le permitieron atraer a los votantes de ultra derecha.
Más que como candidato se ha distinguido como un “polemista”, por su modo intransigente e incendiario de referirse a las soluciones que considera urgentes para Francia, a pesar de que no representa a ningún partido, de que viene de la escritura de editoriales y ensayos, y de que su experiencia en política es mínima. De hecho, su nombre empezó a figurar en 2019, cuando fue condenado por incitación al odio religioso tras un discurso contra la inmigración que pronunció durante una convención de derechas organizada por Marion Maréchal, sobrina de Le Pen y aliada de Zemmour.
Su programa se centra en su deseo no de “reformar”, sino de “salvar” a Francia de la “decadencia”, a través de principios “bonapartistas”, tradicionales y nacionalistas. Ha hablado de la necesidad de construir un muro que impida el paso de los inmigrantes, por considerar que hay demasiada población negra y musulmana en el país y que por ello se debe “restablecer la identidad francesa”, reformar la educación para que los niños aprendan prioritariamente los momentos gloriosos de Francia y dominen a la perfección la lengua de Molière. También pretende obligar a los inmigrantes a cambiar sus nombres de origen por nombres “franceses” cristianos.
Es por eso que, frente a él, Le Pen parece convencional y moderada. En todo caso, con esas propuestas Zemmour logró ubicarse a comienzos del año en el tercer lugar, después de Macron y Le Pen, incluso se especuló sobre la posibilidad de una segunda vuelta Macron-Zemour.
Pero pronto las estadísticas lo ubicaron en el quinto lugar, con un 9,5 por ciento, después de la desangelada candidata de la derecha Valérie Pécresse, del partido de Los Republicanos, que cuenta con el mismo porcentaje de intención de voto, a pesar de su larga trayectoria en política y de ser pupila de Jacques Chirac, uno de los presidentes más apreciados del país.
Justo en la mitad de esos primeros cinco lugares se sitúa el veterano izquierdista Jean-Luc Mélenchon, del partido La Francia Insumisa, con un 17 por ciento, que le debe al hecho de que es el único orador, tan en pleno dominio de la palabra y las ideas que promulga, que ha logrado seducir a los votantes jóvenes y a los progresistas que ven en él la única opción posible.
Es por ellos que hoy la balanza podría inclinarse a su favor, ya que podría llevarse el llamado “voto útil”, es decir el de los adeptos de la izquierda moderada del partido de los ecologistas y del de los socialistas, representados respectivamente por Yannich Jadot (5%) y Anne Hidalgo (2%). Ambos tienen poquísimas probabilidades, de ahí que sus seguidores prefieren adherirse a Mélenchon, para hacerle contrapeso a Le Pen y, por qué no, meterse en la segunda vuelta.
Aún así, saben que la tienen difícil por cuenta de las posiciones euroescépticas de Mélenchon, que implicarían importantes riesgos para Francia y, más que nada por varias posturas clementes y hasta favorables frente a Putin. Aunque no es el único, “en febrero, Le Pen todavía se sentía orgullosa de imprimir volantes de su campaña una foto suya junto a Putin. Y Zemmour nunca ha escondido su admiración por el dictador ruso, incluso declaró en 2018: ‘Sueño con un Putin francés’”, recordaba recientemente el politólogo Clément Viktorovitch en la cadena Franceinfo.
Por eso, frente a la invasión a Ucrania, estos candidatos han tenido que hacer malabares para que se olvide su simpatía por Putin y salir favorecidos en la contienda, cuya segunda vuelta será el 24 de abril y podría confirmar el segundo mandato de Macron o la temida llegada al poder de Le Pen, lo que significaría no sólo el primer mandato de una mujer, sino también de la extrema derecha.
MELISSA SERRATO RAMÍREZ
Para EL TIEMPO
París