La UE rearma a Ucrania tras ser testigo de otro crimen de guerra ruso en Kramatorsk

La UE rearma a Ucrania tras ser testigo de otro crimen de guerra ruso en Kramatorsk

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Están cumpliendo al pie de la letra las órdenes de Moscú. No solo abandonarán la región de Kiev con el rabo entre las piernas, como un Goliat derrotado por David, tras fracasar la conquista exprés que Vladimir Putin había dibujado en sus delirios de un renacimiento soviético. Además de dejar tras de sí un reguero de horrores que no deja de conmocionar a las naciones democráticas, el ejército ruso parece empeñado en replicar el grado de salvajismo de Bucha y Mariupol en el Este del país, su próximo objetivo. El viernes lanzaron un misil a la estación de tren de Kramatorsk por la que miles de niños, mujeres y ancianos escapan de la guerra que arrasa sus hogares y que se va a recrudecer en las próximas semanas.

De momento, son 50 las personas que han muerto y más de 100 las que resultaron heridas tras el impacto del misil en el edificio, según ha informado la compañía ferroviaria Ukrzaliznytsia. Su director, Oleksander Kamyshin, ha afirmado que se trató de «un ataque deliberado» y que unos días antes, tres trenes debieron detener la marcha por los bombardeos.

«Los rusos inhumanos no abandonan sus métodos. Al no tener la fuerza y el valor de oponerse a nosotros en el campo de batalla, exterminan cínicamente a la población civil», ha escrito en redes sociales el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski. «Este es un mal que no tiene límites. Y si no se castiga, nunca dejará de hacerlo».

Y tanto la citada empresa como Pavlo Kirilenko, que está a la cabeza de la administración militar de Donetsk, han mostrado fotografías en sus redes sociales donde se podían observar cuerpos tendidos en el suelo junto a equipajes esparcidos por todos lados y coches carbonizados. También, ha informado AFP, se veían los restos de un misil con la frase «Por nuestros niños». Esta consigna ha sido utilizada en ocasiones por los separatistas prorrusos en sus atentados en venganza por los hijos que han perdido en la guerra del Donbás que libran, desde 2014, con el estado ucraniano.

Como era de esperar, el Gobierno de Vladimir Putin ha negado que tuviera nada que ver con la masacre. «Todas las declaraciones de los representantes del régimen nacionalista de Kiev acerca del supuesto ‘ataque con cohete’ llevado a cabo por Rusia el 8 de abril, en la estación de tren de la ciudad de Kramatorsk, son una provocación y son absolutamente falsas», ha declarado el Ministerio de Defensa desde Moscú, con el lenguaje habitual que emplean en los comunicados que suelen difundir por la agencia de prensa RIA Novosti. Añadían que la arremetida tenía el propósito de «impedir que la población civil se fuera de la ciudad para poder usarla como escudo humano». Y fueron aún más lejos en sus explicaciones al detallar que el misil fue lanzado por sus enemigos desde la ciudad ucraniana de Dobropillya, a unos 45 kilómetros de Kramatorsk.

En sentido contrario se ha manifestado el jefe de la administración militar regional de Donetsk, Pavlo Kirilenko. En su cuenta de Telegram ha escrito que «los fascistas rusos atacaron la estación de tren de Kramatorsk con un Iskander» y que «miles de personas se encontraban en la estación en el momento del ataque con misiles, mientras los residentes de Donetsk eran evacuados a las regiones más seguras de Ucrania».

En un principio, las autoridades ucranianas han indicado que se trató de dos misiles Tochka-U, pero las milicias prorrusas de Donetsk han asegurado que no disponen de ese armamento en su arsenal, y en las últimas informaciones solo se habla de un misil.

En todo caso, la matanza entrará a engrosar el expediente de crímenes de guerra y de lesa humanidad que cometen las fuerzas de Vladimir Putin desde hace seis semanas y que son inocultables. Las autoridades ucranianas llevan, hasta la fecha, reportados 1.200 casos solo en la región de Kiev, una cifra que sigue subiendo a diario y que puede dispararse en el Este de Ucrania. Tanto la Comisión de Investigación de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos y la Corte Penal Internacional están investigando las denuncias.

El despiadado ataque en Kramatorsk se suma a los perpetrados contra los corredores humanitarios en Mariupol, que las tropas rusas no han respetado pese a haber sido acordadas en su día en la mesa de negociación que instalaron en Turquía y que no ha arrojado resultados.

Además de lo ocurrido en la estación y los asesinatos masivos de ciudadanos indefensos en Bucha, Zelenski ha denunciado nuevas atrocidades en la región de Kiev. Ha indicado que bajo las ruinas de Borodianka hallarán «incluso más víctimas» que en la pequeña localidad, un augurio en el que coincide con la fiscal general ucraniana, Iryna Venediktova. Para ella, se trata «de la ciudad más destruida de la región» y solo en los escombros de dos edificios, ya habían encontrado 26 cadáveres. «Solo la población civil fue blanco de los ataques: aquí no hay ninguna base militar», ha dicho.

Precisamente ese rosario de crímenes atroces que el mundo va descubriendo conmocionado, está empujando a las naciones del G7 y a la Unión Europea a apretar la presión con sanciones económicas y diplomáticas cada vez más duras, y a dar luz verde al suministro de nuevo armamento a Ucrania, el último por valor de 500 millones de euros.

Y ha sido la razón de la visita el viernes a Kiev de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y del máximo responsable de la política exterior, Josep Borrell, para reunirse con Zelenski y mostrarle de manera personal el apoyo de la UE a su país.

Pero las sanciones a Rusia, un país que sigue recibiendo 700 millones de euros diarios por la venta de gas y petróleo a naciones europeas, están afectando a todo el planeta, ya muy castigado por la crisis económica derivada del Covid.

La FAO (Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura) ha anunciado este jueves que la guerra de Ucrania ha disparado los precios mundiales de los alimentos a «un nivel nunca registrado».