Felipe, el príncipe que se robó el corazón de la reina británica

El príncipe renunció a sus propias ambiciones para convertirse en la sombra de la soberana.

Felipe, el príncipe que se robó el corazón de la reina británica

El príncipe renunció a sus propias ambiciones para convertirse en la sombra de la soberana.

La muerte en 2021 del príncipe Felipe, el esposo de la reina Isabel II, marcó el final de una era de la monarquía británica, la más antigua del mundo.

Sin pomposidad, intransigente en ocasiones y firme hasta el final, el duque de Edimburgo, título que ostentó oficialmente, debió renunciar a sus propias ambiciones para convertirse en la sombra de la soberana británica por 73 años.

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Desde su nacimiento, su vida estuvo signada por las turbulencias de la geopolítica mundial del siglo XX, pero más de testigo de excepción que de protagonista, como hubiese deseado él mismo. Un destino al que tuvo que acostumbrarse muy pronto, aunque en muchas ocasiones trató de sacudírselo.

Así, en su rol como príncipe consorte, título que nunca fue concedido oficialmente por la norma no escrita de la Constitución británica, vivió y murió a sus 99 años, a menos de dos meses de que cumpliera su centenario de vida. Fue el consorte real con más años de servicio en la historia británica, el patriarca de la familia que forjó con Isabel II, con sus cuatro hijos, ocho nietos y diez bisnietos.

“Asumió su función como miembro de la realeza de manera implacable”, le dijo a EL TIEMPO Mónica Elliston, experta latinoamericana en temas de realeza británica.

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Felipe aceptó de mala gana abandonar su prometedora carrera naval, que algunos creían que podría haberle significado ascender al máximo rango del Almirantazgo británico.

Sin embargo, se metió en su papel de miembro de la realeza británica y durante su servicio, el más largo de un príncipe consorte de la historia, atendió 22.191 compromisos en solitario, además de pronunciar 5.493 discursos. Respecto a esas labores, él mismo se había descrito, en forma jocosa, como “el descubridor de placas con más experiencia del mundo”.

Nunca pasó desapercibido, y no siempre por buenas razones. La prensa amarillista británica se encargó de registrar en grandes titulares esos momentos comprometedores que lo rodearon durante su vida pública, que iban desde hacer su célebre pregunta a un anciano indígena durante la visita real a Australia en 2002: “¿Todavía se lanzan flechas entre ustedes?”, o cuando le dijo a un estudiante británico de intercambio en China: “Si te quedas aquí mucho más tiempo, te quedarán los ojos enredados”.

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Atendió 22.191 compromisos en solitario, además de pronunciar 5.493 discursos.

El duque era directo hasta el punto de ser ofensivo. Eso reconocía él mismo. Llegó incluso a acuñar la palabra ‘dontopedalogía’, con la que describía su talento para meter un pie en la boca o ‘meter la pata’. Aliviaba su ira piloteando aviones o jugando polo a caballo.

Pero también podía ser encantador y mostraba una curiosidad tan genuina en los actos a los que asistía que sus anfitriones se sentían halagados. En su visita a Colombia en 1962, en solitario, sin la reina Isabel II que lo opacara, hechizó a todos con sus preguntas curiosas en plena plaza de Bolívar, y también piloteó un avión entre Bogotá y Cartagena.

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‘¿Y usted qué cree, Felipe?’

La reina Isabel II respetaba sus opiniones. “¿Y usted qué cree, Felipe?”, se le oyó decir en más de una ocasión a la monarca, en los momentos más duros de su reinado. Pese a no tener poder de decisión política, el príncipe consorte se explayaba en argumentos que ayudaran a la soberana a tomar sus decisiones.

Fuentes palaciegas le atribuyen a esa influencia que Isabel II aceptara pagar impuestos sobre sus ingresos privados, el desuso del yate real Britannia y su carta a su hijo Carlos y Diana sugiriendo un divorcio anticipado. Felipe convenció a Isabel II de instituir almuerzos informales en el Palacio de Buckingham para ampliar la gama de contactos e inspiró la decisión de invitar a un grupo social más amplio a la famosa fiesta del jardín en el palacio.

Ese empeño en proyectar una imagen más informal de la monarquía llegó con la película para televisión Royal Family (1969), que permitió a las cámaras entrar a las residencias reales y ver a la reina preparando una ensalada, mientras que el duque cocinaba un bistec.

Felipe e Isabel se conocieron cuando la entonces princesa tenía 13 años. A ella la impresionó el enigmático oficial de Marina. Sin embargo, el romance solo floreció en 1946, pese a las reservas del padre de Isabel, el rey Jorge VI, quien desaprobaba que la joven quisiera casarse con el primer pretendiente que se le cruzaba. Además, pesaba que era el descendiente de la familia real griega que se había venido a menos, tras la abolición de la monarquía en la Grecia republicana.

La reina Isabel II, acompañada por el príncipe Felipe, fue coronada el 2 de junio de 1953 en la Abadía de Westminter, Londres.

Foto:

AFP

Felipe e Isabel se conocieron cuando la entonces princesa tenía 13 años. A ella la impresionó el enigmático oficial de Marina. Sin embargo, el romance solo floreció en 1946

Felipe nació en la casa familiar de Mon Repos, aparentemente en la mesa de la cocina, en Corfú, el 10 de junio de 1921. Era el menor de cinco hermanos, y el único hijo varón del príncipe Andrés de Grecia y la princesa Alicia de Battenberg.

La familia huyó cuando su padre fue acusado de alta traición a raíz de la dura derrota de los griegos por parte de los turcos. Fueron evacuados en un buque de guerra británico. Cuenta la historia que Felipe, quien apenas tenía un año de nacido, fue transportado en un catre improvisado hecho con una caja naranja.

Su carácter inquieto estuvo marcado por el trauma de ver cómo se desintegró su familia, por la separación de sus progenitores. Su padre se envició con los casinos y acumuló deudas en Montecarlo, mientras que su madre, que era sorda, fundó una orden de monjas antes de deprimirse y ser admitida en un centro psiquiátrico.

En esa virtual orfandad fue su tío, Luis Mountbatten, el célebre virrey de la India, asesinado por el IRA en 1979, el que asumió su educación y lo utilizó para cumplir su sueño de controlar la corona británica, aseguran algunos biógrafos reales. Ese talante forjado por los tiempos duros lo supo usar el duque de Edimburgo durante su matrimonio con la soberana británica, como el súbdito más fiel, pero también el más crítico.

MARÍA VICTORIA CRISTANCHO
Para EL TIEMPO
Londres
En Twitter: @mavicristancho

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