Caos, sistemas caídos y nerviosismo en el primer día de descuento en el carburante: una mañana «horrible» que irá a peor

Caos, sistemas caídos y nerviosismo en el primer día de descuento en el carburante: una mañana «horrible» que irá a peor

Son las 08.30 y en una pequeña gasolinera del norte de Madrid los cinco surtidores están ocupados por clientes. «Llevan toda la mañana así», comenta con un vecino que pasea a su perro el portero de la finca del otro lado de la calle mientras arregla el seto. Horas después, el cajero de esa misma estación detalla a una clienta una mañana de ajetreo con periodistas grabando entre sus surtidores y hasta un ‘simpa’ que parece preocuparle más por las molestias que le supondrá en el futuro -hay cámaras que graban a los clientes y la matrícula ha quedado registrada- que por el robo en sí. De todos modos, lo peor, apuntan desde el sector, está por llegar.

«Todo el día va a ser horrible y va a ir a peor», se queja en conversación telefónica con EL MUNDO Itzíar Muñoa, que tiene estaciones de servicio en Guipúzcoa, Málaga, Navarra y La Rioja. «Está siendo muy loco y el problema es que llevas toda la semana sin vender ni un litro, con las gasolineras vacías, sin poder trabajar», recuerda y ahora, «todos de golpe». A partir de las 15.00 comienza la hora punta de los viernes, con la gente que carga el depósito tras salir del trabajo y hay quien espera colas importantes e incluso desabastecimiento en puntos determinados si sigue este ritmo.

David Alameda, socio del grupo Ballenoil, coincide: «Es una avalancha». El viernes, contextualiza, se da «la tormenta perfecta para que esto reviente» porque se juntan el principio de mes con los depósitos que esperaban vacíos el comienzo de la rebaja y un día en el que tradicionalmente hay mucho trabajo. «Está siendo una locura y no sé si nos quedaremos sin producto«, advierte.

«Desde primera hora, desde las seis sin parar», confirma el empleado de otra gasolinera. En el momento de la visita, a media mañana, más trajín que caos, aunque hay presencia constante de vehículos y las mangueras de combustible apenas pasan tiempo enfundadas. La tendencia es que cuanto más grande es la estación, más colas se forman, mientras que en las pequeñas es más fácil recibir atención de unos empleados que no han tenido respiro.

«Menudo día», resume lacónico, pero con una sonrisa, el cajero de un descomunal establecimiento, con supermercado y cafetería, en la plaza de José María Soler. Hay pequeñas colas, ajetreo, agentes de movilidad en la rotonda desde la que se entra al local y conversaciones animadas antes de pagar. Un taxista tiene problemas para que le hagan una factura y otro explica que acude a esta estación porque tiene surtidor de gas. El cajero, en cualquier caso, no tiene tiempo para mucho más que agradecer que la compra -un zumo de melocotón que da derecho, de media, a una pregunta por gasolinera– sea sencilla. Entre prisas, nervios y desconfianza, hay pocas ganas de hablar. Horas después, un empleado debe avisar a quienes esperan para repostar que no podrán aplicar el descuento porque se ha caído el sistema informático.

Desde Repsol reconocen que «ha habido un pico de operaciones y esto está ralentizando el sistema», pero explican que «se trata de algo puntual» y que el sistema en sí no se ha caído, simplemente ha debido enfrentarse a un viernes en el que se han «multiplicado por cinco» las operaciones respecto a uno normal. Al tratarse de un descuento por litro, las gasolineras deben aplicarlo sobre el precio que marcan en el tótem y los surtidores para que el recibo lo recoja así.

«He tenido un día para adaptarme y que aparezca en el tique el descuento de 20 céntimos», apunta Muñoa. Hoy, explica, puede cobrar, pero aún no puede dar facturas porque no ha tenido tiempo de adaptar y probar la herramienta de cobro. «¿Quién me paga se día y medio que me he pasado hablando con el servicio informático y haciendo pruebas?».

Muñoa también se queja de que la forma en la que está planteado el descuento, que aplican las gasolineras y después devuelve el Gobierno, pone en peligro su supervivencia, pues no todas pueden hacer frente al gasto que supone vender a pérdidas y menos aún durante tres meses. «En las estaciones de servicio, por mucho que ponga Repsol o Cepsa, hay una familia detrás», recuerda. «Es muy fácil decir que baja 20 céntimos el combustible; es como decir que yo te invito a una ronda, pero la paga el bar», ilustra. «El marrón nos lo deja a las propias gasolineras: Pedro Sánchez dice que él invita, pero pagamos nosotros«, continúa la empresaria.

Asimismo, fuentes del sector lamentan que se esté corriendo el rumor de que han subido los precios, cuando consideran que es imposible hacerlo porque entonces los usuarios acudirían a la competencia. «Una chica a la que no hemos podido cobrar nos decía que éramos unos ladrones y que nos quedábamos el descuento», comenta la propietaria de una gasolinera. «¡Pero si lo tengo que poner yo!», ríe.

En la estación de un calle pequeña calle de Madrid, el problema lo da la tarjeta de un cliente al que con la presión del momento se le ha olvidado el código pin. «Aún no me he podido ni sentar», lamenta el empleado para hacer tiempo mientras el conductor busca otra tarjeta (que, esta vez sí, funciona a la perfección). La conversación, en cualquier casi, no dura mucho: el coche de esta persona no permite acceder al siguiente surtidor y entran los conductores a increpar. «Está formando cola», arguye uno de ellos que recibe la aprobación del que será su sucesor en el trajín del surtidor. Aún es temprano y las reservas de carburante siguen llenas. Las de paciencia, se acercan a la reserva.